Hace unos meses escribí un artículo que, según me comentaron, tuvo una acogida relativamente buena. No llegó a ser uno de los más leídos del año, pero el post dedicado a la
selección española femenina que buscaba certificar en Rumanía su histórica clasificación para el Mundial de
Canadá 2015 fue un soplo de esperanza (?) para algunas personas que trabajan a diario (y no siempre a cambio de un sueldo) por aumentar y mejorar la visibilidad del fútbol femenino en nuestro país. Al fin y al cabo, se trataba del primer artículo dedicado al fútbol femenino que publicaba DDF en sus ocho años de historia. A raíz de aquel texto (manifiestamente mejorable) llegué a plantearme darle cierta continuidad al asunto. Era esta una temporada especialmente propicia, con nada menos que un Mundial en el horizonte, para ir dejando de cuando en cuando pequeñas pildoritas sobre la selección española y sus integrantes, o sobre cualquier otro tema relacionado con la cita canadiense, pero la cosa quedó ahí porque, francamente, yo mismo veo y sé bastante poco de fútbol femenino.
No estoy abonado a Gol T, que emite dos partidos de liga cada fin de semana, y tampoco encuentro tiempo para ponerme al día con el resto de medios especializados, que los hay y muy buenos. Y si ya meto la pata hablando del fútbol masculino, qué burradas no soltaría escribiendo de oídas del femenino. Así que, por respeto (o miedo a no estar a la altura), no he querido volver a escribir de fútbol femenino. Y no es que no haya habido cosas que contar sin necesidad de tener profundos conocimientos. En un mundo, el del fútbol, eminentemente masculino (e incluso machista) tanto en sus estructuras como en casi todo lo que le rodea, las categorías femeninas son una fuente casi inagotable de anécdotas, polémicas e injusticias varias que cualquiera con un mínimo de sensibilidad social es capaz de contar.
Pero entiendo que el fútbol femenino es, principalmente, fútbol, y que justamente de eso es de lo que debería escribir: la denuncia de las tropelías es necesaria y nunca sobra, pero no hace afición. Y al final se trata de que cada día haya más gente que se anime a ver jugar a las chicas, porque sólo la fuerza de una afición más numerosa conseguirá que esas injusticias vayan desapareciendo y que el propio deporte crezca como se merece. El fútbol femenino necesita más espacios en los que se hable y escriba de equipos, jugadoras, torneos, entrenadoras, entrenadores, partidos… De Fútbol, en definitiva. Y, como dije antes, esta temporada era extraordinariamente buena para acercarse a él de la mano de la selección española. Pero, sin eludir mi responsabilidad personal en la ausencia de artículos, es que tampoco me lo han puesto fácil. Y por eso, renegando de todas las convicciones que acabo de exponer, si hoy vuelvo a escribir sobre fútbol femenino es para denunciar algo y no para intentar acercar este deporte a los profanos.
Nada más producirse aquella histórica clasificación, en la imprescindible web
Protagonistas del juego explicaron perfectamente el panorama al que se enfrentaba España a menos de un año de disputar su primer Mundial. A las puertas ya del campeonato, releer aquel artículo evidencia que, por desgracia, quienes están al mando de la nave federativa no son precisamente quienes más claro tienen lo que habría que hacer para que el fútbol femenino español salga del anonimato, que es para lo que, en definitiva, debería servir este campeonato. Mientras la inmensa mayoría de participantes en la Copa del Mundo disputaba los tradicionales torneos del Algarve o de Chipre y se enfrenta entre sí con cierta asiduidad, España sólo ha podido concertar un puñado de amistosos contra selecciones que, salvo Nueva Zelanda (contra la que se jugaron dos partidos), no estarán en Canadá. Aún es pronto para saber de qué manera influirá esto en el desarrollo del equipo de cara a un Mundial en el que, encuadrada en el grupo E junto a Brasil, Costa Rica y Corea del Sur, la selección española tiene, en teoría, una oportunidad real de acceder al menos a los octavos de final. Pero el problema no es que se llegue a Canadá con la sensación de que, comparativamente, la preparación ha sido algo deficiente.
Porque en el Mundial pasará lo que tenga que pasar, pero el auténtico drama para el fútbol femenino español es que, aparte del seleccionador y las propias jugadoras, nadie sabe realmente cómo están, qué ha ocurrido en esos partidos, qué falta por acoplar o qué cosas están ya bien trabajadas. A pesar de que Mediaset adquirió los derechos para emitir los amistosos del equipo nacional femenino dentro del paquete por el que también se hizo con la final de Copa y los amistosos de la selección masculina, lo cierto es que España ha jugado ya cinco partidos, todos en casa, y sólo uno fue retransmitido (obteniendo una audiencia más bien modesta, por decirlo suavemente). Desde luego ni los horarios a media tarde ni los rivales escogidos ayudan a que un producto de por sí minoritario resulte algo más atractivo para el telespectador medio, pero es que ni siquiera nos han dado la posibilidad de verlo por streaming.
Así que ni los más incondicionales de la selección saben si el equipo va a más o a menos, y quienes nunca se habían parado a ver uno de sus partidos permanecen completamente ajenos a él. Aunque queramos, es imposible hablar de fútbol, es imposible que la gente conozca y empatice con el equipo y sus componentes, que se una a su aventura, que debata sobre esquemas y jugadoras, que sepa que en junio España juega su primer Mundial y que tenga ganas de verlo (algo que, por otra parte, a día de hoy sólo se podrá hacer por Eurosport). Nadie ha podido subirse al carro de esta selección y será difícil que alguien lo haga ya en estos dos meses escasos que faltan para el inicio del Mundial. Y así es muy difícil que, cuando pase el torneo, quede algo sobre lo que seguir edificando. Por mi parte, no prometo que lo intentaré, pero intentaré intentarlo.